Crítica al último Crosthwaite
Carolina Monraz
Luis Humberto Crosthwaite ya no se asume como un escritor fronterizo. En sus palabras, ahora es un escritor mexicano, y ya. En el podcast de Karlha Ochoa, La Romántica Idea (2024), Crosthwaite declaró:
Yo creo que se me consideraba un escritor fronterizo en su momento, pero ahora no es un referente para mí (...) Yo ahora como que estoy, digamos, en otro universo (…) aunque la gente sabe que soy un escritor de Tijuana, la gente, digamos, ya me ve como un escritor mexicano, ya una cuestión más general, y justamente ahí es donde yo me siento más cómodo.
Crosthwaite pierde el rasgo que, a mí, como lectora joven tijuanense, me parecía el más valioso: ser un escritor que se asumía tijuanense, que escribía sobre Tijuana desde Tijuana. Cuando volteo a ver la literatura fronteriza observo una lucha contra la literatura mexicana hegemónica, un combate emocionante y extraordinario.
Ya este viraje Crosthwaite lo había anunciado en 2021, en una charla de Cátedra Palimpsesto publicada en Youtube, sobre lo fronterizo dijo:
Ya la definición me parece un poco anticuada, yo no me considero un escritor de frontera, hace muchos años dejé de agregar adjetivos a la palabra escritor (…) cuando se refieren a mí, me gusta que me digan que soy un escritor mexicano y que me midan con esa pauta… a mí pónganme con los escritores mexicanos.
Entre tijuanenses así lo diríamos: Crosthwaite se achilangó. Y dejó la trinchera. “A mí pónganme con los escritores mexicanos”, suena que Crosthwaite rechaza y menosprecia toda categoría que no sea la de “escritor mexicano”: tijuanense, fronterizo, bajacaliforniano, del norte, etc. Crosthwaite no comprende que no se trata de una simple categoría geográfica para distinguir a un escritor que escribe de tal o cual lugar. El ser tijuanense o fronterizo es un statement, una divisa, y duele. Tiene un costo.
Más adelante en la entrevista con Karlha Ochoa, Crosthwaite se contradice. Dice ser uno de los pocos escritores fronterizos que podemos nombrar. Crosthwaite es tijuanense o fronterizo solamente cuando le conviene.
En esa misma entrevista, Crosthwaite habla de la literatura actual, a su parecer, “muy seria” dice: “quizás una seriedad en la que buscan trascendencia”; mientras él, busca agradar a los lectores del ahora, del momento. Crosthwaite se refiere despectivamente a aquellos que escriben para los lectores del “futuro”. Dice: “pues, al futuro quién sabe qué le va a interesar”. Estos comentarios me parecen poco literarios, demuestran que Crosthwaite busca con su literatura la aprobación de los otros, cuando la aprobación y consumo inmediato son preocupaciones más bien de las redes sociales, y no de la literatura.
Crosthwaite dice pertenecer a la escuela de José Agustín, un escritor “relajado”, y no sublime, como describe con cierto rechazo a Carlos Fuentes. Crosthwaite rechaza la sublimidad porque rechaza la trascendencia, lo intelectual y culto. Me parece que Crosthwaite no ha leído bien a José Agustín, quién recordemos, re-escribió, a través de la sátira, toda la historia de un país en los volúmenes de Tragicomedia mexicana. José Agustín era un intelectual contracultural, subversivo, que afrontó su disidencia con valentía. José Agustín fue un escritor valiente; Crosthwaite, no. Basta leer el final de Ciudades Desiertas para entender que la obra de José Agustín es sublime: las últimas palabras dan el motivo a toda la novela, se llega a un punto de máxima sensibilidad de la historia y de los personajes. Por eso a mí me gusta José Agustín: cada palabra vale la pena para llegar a esos finales, sin juegos.
Pero Crosthwaite solo quiere una y otra vez justificar su conformismo como escritor, al escucharlo en el podcast de Karlha Ochoa parece orgulloso de no pertenecer a esos autores “serios” que buscan la sublimidad y que él descalifica. Crosthwaite no acepta un modelo de escritor distinto al suyo.
En 2024 se publicó su libro más reciente El último show del elegante Joan (Random House). La colección de once cuentos comienza con una carta dirigida a los lectores, firmada por los personajes que componen el libro: “por medio de la presente hacemos de su conocimiento que los abajo firmantes, miembros activos del Ilustrísimo Sindicato Mundial de Personajes Ficticios, protestamos por el maltrato al que fuimos sometidos durante la elaboración de este libro”. La metaliteratura es la constante de este libro, pero la ironía y el sarcasmo lo vuelven más bien mata-literario. Los narradores de este libro no se despojan de la soberbia; los personajes, siempre ninguneados. Crosthwaite se ha referido al escritor como una especie de “Dios”, en La Romántica Idea, dijo:
No me gusta la idea de considerar ese tipo de titiritero de la historia y de los personajes. Obviamente uno es una especie de Dios porque uno mueve todo, mueve las piezas del ajedrez en la historia, pero no me gusta que se sienta de esa manera, y sobre todo no me gusta que se muestre en el trabajo terminado. Yo quiero que el lector al leer el texto lo lea con mucha naturalidad…
Y para mí ese fue el mayor problema del libro: los personajes son títeres de narradores que se asumen como superiores, personajes y situaciones construidos con materiales frágiles y acartonados. Hay también un constante tono irónico respecto a lo literario y parodia a aquellos personajes que creen en la literatura. Es como si Crosthwaite llevara décadas escribiendo para lectores que no les gusta la literatura pero quieren que un escritor valide ese desprecio.
Los recursos que utiliza Crosthwaite en este último libro están ya agotados. Artilugios que solo son artilugios anticuados. Es una metaliteratura simplona, que parece no conocer la historia misma de la metaliteratura. Los once cuentos que componen el libro son todo el tiempo paródicos o humorísticos, y esta constancia es insoportable. No hay matices, no alterna ni juega, no hay tampoco momentos poéticos. Historias parecidas a alguna comedia de Netflix. Ninguno de los once cuentos me parece memorable: no son sinceros ni valientes ni profundos ni interesantes. Y esa es mi principal crítica a Crosthwaite: no es valiente; no parece sincero, no le interesa la profundidad y parece sólo interesado en su tono jocoso autocomplaciente.
Antes de leerlo y escucharlo a fondo, al principio de mi juventud, me gustaba Crosthwaite por lo que significaba para mi ciudad, para la literatura tijuanense. Me gustaba lo que se decía que él representaba: escribir desde y sobre Tijuana, dejar de publicar en grandes editoriales y liberar sus libros en un grupo de facebook. Statements valientes y fronterizos. Pero al leerlo y escucharlo con mayor detenimiento, me di cuenta que eso era lo que nos habíamos hecho creer que Crosthwaite representaba, pero que, en realidad, eran sólo gestos efímeros, provisionales, de su parte. Y que igual podía cambiar de posiciones cuando le resultara conveniente.
Me interesa leer a Luis Humberto Crosthwaite de nuevo; escucharlo en entrevistas, moviéndose entre presentaciones. Pero debo confesar que después de escuchar sus recientes declaraciones— la negación de ser un escritor fronterizo—-, Crosthwaite me gusta más: se han agitado las filas de la guerrilla, algo cambia. La rendición completa de Crosthwaite ante la literatura mexicana nos obliga a pensar nuevas estrategias.
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