NORTEC 2.025

carolina monraz

La Revu era un caos. Tardamos más de media hora en hallar parking. Eso solo significaba una cosa: Las Pulgas iban a estar full. Ese viernes 7 de marzo de 2025 se presentaría Nortec, un concierto por su 25 aniversario. Yo voy a Las Pulgas con regularidad. Empecé a ir en el 2023 con unos amigos del trabajo. Es un salón de baile muy popular y muy estigmatizado, un plan que mucha gente suele rechazar. Me gusta Las Pulgas precisamente por ese primer rechazo. Se siente como un lugar donde no se debería estar. Me gusta porque siempre pasan cosas, la gente es libre y se divierte. Si estás ahí, bailando, es porque ya superaste ese rechazo, ya traspasaste el estigma. Es un lugar grande, trastornado, desordenado, anticuado y especial. Pero este viernes, desde que llegué a Las Pulgas, me sentí ajena. 

El espacio era familiar. Y era un concierto de Nortec, que he escuchado en mi computadora y celular muchas veces. Pero algo era extraño. 

Nortec es el sonido de mi ciudad, de la party de los 2000s, de esa Tijuana loca, divertida, peligrosa, excesiva y efervescente. Una Tijuana que yo no viví, pero conozco a través de la literatura tijuanense de Luis Humberto Crosthwaite, Rafa Saavedra, Heriberto Yépez, Fran Ilich. Una Tijuana cyberpunk.

Desde que llegué con mi amiga a la fila para entrar a Las Pulgas, antes de pasar por seguridad, comencé a darme cuenta que lo extraño era la gente, los outfits y el ambiente en general. Estaba entre otra generación. Entre la Gen X, que inventaron Nortec; y los Millennials, la primera siguiente generación en escucharlo. En esa antesala, en un principio pensé: este concierto es un remake.

El concierto sería en el Teatro (el salón más grande de Las Pulgas) que solo se abre cuando se espera mucha gente. Antes de llegar al Teatro, pasé por los otros tres salones (El Rojo, El Cachanilla y El Vaquero). Ir atravesando cada salón, con un género de música diferente, fue como escuchar un cortocircuito, una mala señal de radio donde se cruzan varias estaciones, un sonido crasheado que me daba la bienvenida de la noche. Todo esto hasta llegar al salón más grande, el único con segundo piso. Y gigantes corazones de led adornando las paredes. En medio de esa oscura amplitud repleta de gente, el escenario se iluminaba con dos pantallas grandes, una enfrente de la otra, reproduciendo imágenes clichés norteñas: vaqueros, tejanas, botas, desiertos, cactus, el muro fronterizo, y algunas fotos viejas de Nortec. 

Confieso que momentos antes de la presentación de Nortec, ya frente al escenario, entre un montón de extraños, me sentí alienada. ¿Ajena? ¿Nostálgica sin poder estarlo? ¿Rechazada? Me sentí intrusa del remake. Calculo que había más de 500 personas. Cuando volteaba veía artistas, escritores, diseñadores y músicos tijuanenses. Mucha gente que había visto en fotografías en redes, revistas, blogs, webs o bares donde va el medio cultural. Gente que fue parte de aquella escena noventera y dosmil. De pronto, llegaron al escenario Bostich y Fussible, con trajes como de astronautas, y empezó a sonar Odyssea. Era la primera vez que escuchaba a Nortec en vivo. Esos primeros sonidos odiseicos fueron para mí visiomáticos. 

Los primeros minutos del sonido Nortec me transportaron instantáneamente a esa Tijuana de los 2000s, a esa fiesta incesante. Entonces caí de nuevo en cuenta de algo: el concierto no era un remake. Era un viaje en el tiempo. Las Pulgas, de pronto, se convirtió en una cápsula del tiempo, un espacio atrapado en cybervibraciones. Las visiones de mi imaginación y memoria literaria, activadas por ese sonido futorónico, se proyectaron de pronto en la realidad. No solo me sentí parte de ese momento; ya lo había vivido.

A la vez, este era el concierto en que mi generación se integró, por primera vez realmente, a Nortec. O Nortec se integró a la Generación Z. Y nuevamente ocurrió en Las Pulgas. 

Mi cuerpo parecía tener memoria propia, una memoria somática subconsciente. ¿Cómo pude estar reviviendo algo que en realidad no viví? Este concierto, mismo lugar y misma música, ya había ocurrido en 2002, y ahora en 2025 se repetía. El concierto sucedía simultáneamente en 2002 y en 2025. 

Se entrelazaron vibraciones, sonidos, cuerpos y generaciones. Ambos conciertos fueron en realidad el mismo concierto pasando al mismo tiempo: una sincronía. Yo con 23 años, en 2025, estuve también en 2002 escuchando, alrededor de la misma gente, entre los mismos corazones gigantes de led rojo y letreros de plástico con marcas de cerveza, los sonidos de Nortec. Esa noche el tiempo se alteró, caímos en un loop (de hecho, creo que aun no me recupero y una parte de mí sigue ahí atrapada, brincando y bailando mientras escucha Tijuana Sound Machine).

Escuchar a Nortec en vivo por primera vez me hizo darme cuenta de algo que no se puede experimentar virtualmente: Nortec no es solo un sonido, es un movimiento. Cuerpos que bailan en sincronía. Un movimiento colectivo y eufórico que solo la música electrónica genera. Mi cuerpo, el de mi amiga y  el de todos a mi alrededor, comenzó a moverse controlado por esos hombres con trajes de astronautas. Ese dúo, que solo llegó y comenzó a tocar sin decir palabras, con sus cuerpos casi inmóviles en contraste con las masas moviéndose frenéticamente, con aquellos trajes y actitud indiferente, parecían hombres del futuro. 

Pero también eran astronautas del pasado. Un tipo de astronauta que ya no existe. 

Me di cuenta: el viaje no solo fue hacia el pasado (que sigue yéndose), sino, paradójicamente, también al futuro (que se posterga). Nortec es el sonido de un tiempo que no llega; nos movemos como queriendo alcanzarlo, como intentando retenerlo, pero siempre va adelante.

El concierto duró más de dos horas. Cada canción que se tocaba iba acumulando la energía de la anterior, así, cada canción más intensa. Ya hacia el final parecía que todos íbamos a explotar. Las paredes de Las Pulgas retumbaban con las vibraciones de I Count The Ways y Norteña del Sur. Terminó alrededor de la 1 am. Toda la gente, de pronto, estaba desparramada por la calle Revolución, expandiendo la euforia y energía de aquella noche. Mientras caminaba hacia un puesto de hot dogs no paraba de pensar: qué buen concierto, qué buena mi city, qué buenas Las Pulgas. Tijuana Really Makes Me Happy.

Con mi nueva amiga, otra escritora de mi generación, intentamos entrar al Dandy del Sur, la cantina clásica de la generación Nortec, pero estaba repleta. Todo estaba lleno en la Revu. Caminamos hacia el parking. Subimos al auto. Atravesamos la carretera a Playas.

Fue una noche reverseada y mixteada. Distintas generaciones se movían en un mismo ritmo. Esa noche, todos fuimos time travelers. Nortec es una máquina del tiempo.







Comentarios

  1. Hola. Estuve leyendo tu crónica sobre la Feria del Libro de Tijuana 2025 y comparto, en general, tu opinión, particularmente respecto al bucle de nostalgia y las prácticas mafiosas. Lo que me provocó escribirte es que, en esta crónica, la nostalgia por revivir el pasado te brinda catarsis, algo que criticas en la "pseudo-mafia". Es curioso cómo el tijuanense, en vez de pedir libros de historia, sueña con antros temáticos de su pasado y busca esos puentes sonoros que lo transportan en el tiempo. Pero, al igual que la comunidad de El Viejo Tijuana en Facebook, la adicción a la nostalgia parece ser un sustituto para una ciudadanía informada sobre su propia historia. No me refiero solo a la historia de la vida nocturna; el mundillo culturoso siempre ha tratado de sustituir la ausencia de una narrativa histórica basada en hechos, no en empresas y antros de la Revo. Eso es reemplazar el entendimiento geopolítico por mitos de la vida nocturna. Esa es la tragedia de la intelectualidad tijuanense: prefiere el mito y la simulación, por lo que solo se reinventa superficialmente, pero nunca se transforma. Su esencia histórica surge de una herida fronteriza que genera riqueza y corrupción. Aquellos que identificas como "pseudo-mafia" son el "inner circle" del subterráneo del poder tijuanense. Por ejemplo, Pedro Ochoa Palacio, ¿conoces la historia de su hermano? Saludos.

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  2. Un consejo colega: diga nombres y ponga ejemplos concretos, porque de lo contrario queda todo en simple rabieta o berrinche.
    A ver Monraz: ¿a quién marginaron de la feria? ¿Exactamente a qué persona le dijeron usted ábrase a la fregada que aquí no la queremos? Menciónelos por su nombre, porque de verdad tengo curiosidad por saber de qué me estoy perdiendo. Nombres, nombres, nombres y apellidos ¿Quién falta y quién sobra? Empiécele con la lista que quiero conocerla.
    El día de la inauguración hicieron algo así como un maratón de poetas made in Tj y yo la neta vi un chingo de sangre joven y nuevas propuestas de las que nunca había oído hablar. Apuesto a que para muchos era su primera vez en la feria.
    PD- Yo la neta al único que extraño es a Gógol, mi librero favorito que nunca falta a la feria del Grafógrafo y que solía venir a la feria “oficial”.

    Mire colega, yo de una forma u otra he participado en todas las ferias desde 2006 a la fecha y que yo recuerde jamás me han pagado honorarios por ello. Al contrario, le invierto tiempo y gasolina. Amor al arte le llaman en mi rancho, así que por ese lado no veo de quién pueda ser botín o ganancia.
    Y sí colega, a mí también me da harta tristeza ver nada más 17 puestos y saber que eso es tooooda la pinche feria libresca de la frontera más transitada del mundo y del municipio más poblado de México, una ciudad que según dicen es una Meca contracooltural.
    Mire Monraz, si algo yo he visitado en este mundo son ferias del libro como para tener un parámetro más o menos realista de dónde andamos parados. Y sí, no lo niego: estamos al nivel de feria de pueblito. Pero resulta que esta feria es de los libreros y luego me acuerdo que ellos se la rifan tooodo el año y se la han rifado siempre. Al menos don Alfonso y El Día se la rifan desde 1963. Sepa usted que el padre de la criatura, el que sembró la semilla en 1980, es don Alfonso López Camacho cuando aquí no había nada… nadita de nada. Era y es la semana en que los libreros sacan su producto a la calle para tratar de vender en un ambiente de verbena.
    Yo también quisiera ver más títulos, más editoriales, mayor diversidad.
    Pero seamos realistas Monraz y llamemos a las cosas por su nombre: al final del camino, usted y yo podemos comprarnos el libro que queramos en el momento que queramos en Kindle store y no nos va a costar más de siete o diez dólares o lo encargamos en Amazon y asunto arreglado. Siendo fríos y cruelmente capitalistas, ni usted ni yo necesitamos a las librerías, peeeero resulta que a mí me da por seguirlas apoyando. ¿Sabe usted por qué? Porque yo quiero librerías en Tijuana los 365 días del año. Porque después de una jornada pesada y con sobredosis de realidad, yo voy y me sumerjo una hora en El Día como quien se mete a una cantina y entonces, solo entonces, el día se torna más bello y mis demonios se ponen en paz. Las librerías no son un medio. Son un fin en sí mismo y espero que sigan existiendo mientras yo esté vivo.

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