Manifiesto por la crítica: Tijuana, Ciudad Iletrada
Carolina Monraz
El viaje emocional de la crítica
Mientras pensé el texto, mientras lo escribía y mientras lo empecé a subir a la plataforma de entradas de mi blog, sentí emoción. Estaba en mi habitación y era de noche. Dudé por un momento. Pensé que quizás "Pseudo-mafia y literatura tijuanense: de la Feria del Libro a los Premios Estatales" era un título largo. Fue, hasta minutos antes de dar clic en “publicar”, que sentí nervios. Muchos nervios. Di clic. Quedó publicado.
Al día siguiente tendría el coloquio de fin de semestre del posgrado, donde los alumnos presentamos los avances de nuestros proyectos de investigación. El resto de la noche repasé mi presentación. En la mañana fui a la Universidad. Desde temprano comenzó el coloquio. No tenía datos móviles y el internet era malo. Pasé casi todo el día sin conexión. Sin acceso a redes sociales. En un ambiente académico, serio.
Después del largo coloquio, por fin llegué a mi casa y tuve acceso a internet. Leí los mensajes que me habían llegado y los comentarios en Facebook. Al principio me agobié. Sentí arrepentimiento. Cruda emocional. Durante días me sentí desajustada, incluso vacía. Leí comentarios donde se referían a mí como “esa persona”. Me tacharon de mala periodista. Debo confesar: yo escribí el texto pensando en un ensayo, en una crítica. En cambio, en redes sociales se le redujo a una opinión expresada en redes o a un reportaje con falta de rigor. Que me faltaban datos, que por qué no nombraba a los miembros de esa pseudo-mafia, etc. ¡Pero yo no soy periodista! Ni mi texto un reportaje. Mi texto es una crítica.
Insistían en catalogar mi texto por todo lo que no es. Me di cuenta: la crítica es rechazada. Se evita, no se le identifica y, a veces, ni se nombra. La crítica es incómoda. La crítica no tiene lugar. La crítica es molesta, alebrestada, incómoda, furtiva, alborotadora.
Quizás aún pensamos en la figura de la crítica y el crítico como aquella o aquel que publica en un suplemento o en la sección de una revista. En la figura solemne y formal que escribe desde su oficina. Pero ahora la crítica se publica en blogs, en Facebook, Instagram, Twitter (ahora X) o YouTube. Su papel se ha diluido, se ha confundido con el de un hater o un alborotador en redes sociales. Antes, la crítica tradicional tenía un espacio definido (revista, periódico, sección) y una ruta burocrática (se escribía, editaba, imprimía, distribuía, etc). Ahora, con internet y un solo clic, la crítica se hace desde cualquier lugar. Las críticas y los críticos post-internet y post-redes sociales son figuras que no han sido asimiladas.
Pasé algunos días extraños. Esta experiencia me confrontó con el acto mismo de hacer crítica. Yo me sentí imprudente, revoltosa e inoportuna. Sin dame cuenta, experimenté el paisaje (o viaje) emocional de aquella o aquel que hace crítica. Sentí emoción, nervios, arrepentimiento y vacío. Al final de todo me gustó sentirme atravesada por la crítica. Tres semanas después de la publicación de mi crítica, apareció una réplica.
Reply de un librero tijuanense
La escribió el principal librero de Tijuana: Alfonso López Camacho. Apareció en el suplemento cultural más longevo de México: Identidad del diario El Mexicano. Lo primero que me desagradó fue el título: “La insensatez de pedirle peras al olmo”. Me pareció aleccionador, refranesco.
La réplica reveló y confirmó aquello que señalé en la crítica. La respuesta de Alfonso López es una evidencia de que hay una visión conservadora, elitista y retrógrada que acecha —desde redes de libreros y pseudo-mafias—, el panorama cultural en Tijuana.
En la ciudad, Alfonso López es conocido como Don Alfonso. Tiene ochenta y nueve años y es dueño de la librería El Día, una de las más populares y queridas por los lectores tijuanenses. Yo la visito con regularidad. Ahí he encontrado libros de crítica literaria y libros tijuanenses ya inconseguibles en otras librerías. Don Alfonso inicia la réplica recordando que las ferias del libro surgieron impulsadas por libreros. Y de ahí parece concluir que, por ese origen (¡ocasional!), las ferias deben mantener el mismo modelo.
Don Alfonso confirma: “Es cierto que las librerías son las mismas cada año, salvo alguna que otra excepción, porque su crecimiento ha sido cero en relación a la oferta de otros giros comerciales que invaden la ciudad y contribuyen a un consumismo voraz”.
Don Alfonso se aferra al origen. Se cierra a la posibilidad de que sean las editoriales —como sucede en tantas ferias de libros— quienes organicen y participen. Y ese es el problema. Ese modelo anquilosado, centrado en librerías, no solamente está agotado: es excluyente. Dice además que el crecimiento de las librerías ha sido cero. Pero muchas librerías, muchas que no existían hace cuarenta años, destacaron por su ausencia este año en la Feria.
Tijuana, la Nueva Ciudad Letrada
Don Alfonso dice: “La dimensión de nuestra Feria es el reflejo del DETERIORO de una sociedad iletrada que vive de espaldas al consumo de bienes culturales,...”. Atribuir el lamentable estado de la Feria del Libro de Tijuana a una supuesta ciudad “iletrada” me parece patético.
Esa misma ciudad que Don Alfonso tacha de “iletrada”, es la misma donde la Feria del Libro es un negocio tan cuestionable que se toman precauciones para que ciertas librerías y stands de editoriales no roben clientes. Me refiero a las librerías de libros usados. Hay pocas en la ciudad. Todas ubicadas en el centro, en Niños Héroes (la mejor) o en el pasaje Rodríguez. En Ferias pasadas, las librerías de usado eran las más populares y esperadas. En los últimos años, prácticamente ausentes. En diecisiete stands solo había una librería de usado (¡y de Ciudad de México!). Me resulta extraño que, en una ciudad, supuestamente iletrada, exista tanto celo comercial como para excluir lo que más emoción genera en la Feria ¿no se supone que en una ciudad iletrada el libro no es negocio?
Don Alfonso escribe: “La F.L.T, sí es una ANOMALÍA en cuanto que es de las contadas ciudades mexicanas que la feria del libro es gestionada por un gremio constituido como tal en el seno de la Cámara Nacional de Comercio local”. Pero, ¿de qué sirve gestionar una Feria del Libro si se parte de la idea de que nadie lee? ¿Qué sentido tiene sostener un modelo cuya justificación es culpar a la clientela de no responder? Tiene razón: es una anomalía que un evento literario esté dirigido por comerciantes antes que por editores, autores, lectores o gestoras culturales ¿No será que esta Feria —que se dice amenazada por una ciudad sin lectores— está más bien amenazada por su propia incapacidad para cambiar? En Tijuana la gente lee, escribe y se interesa por la literatura. Un pequeño ejemplo del interés fue la recepción que tuvo mi crítica. Publicada en un blog emergente, sin gran alcance y pocas visualizaciones iniciales. Y aún así, la gente comentó, se sintió identificada, compartió el punto de vista, debatió. Hubo interacción. Porque muchas personas —no una ni dos— están decepcionadas de lo que se ha convertido la Feria del Libro de Tijuana. La gente lee todos los días, Don Alfonso. Quizás no leen lo que a usted le gustaría que leyeran, ni compran lo que a usted le gustaría venderles.
Ángel Rama, en La Ciudad letrada (1984), expone cómo las élites letradas —escritores, burócratas, intelectuales— han ocupado históricamente un lugar de poder en América Latina, organizando el conocimiento, controlando la escritura y moldeando la cultura y la política desde la época colonial.
Parece que es esa Ciudad Letrada a la que Don Alfonso aspira. Pero, a diferencia de la descrita por Rama, esta Nueva Ciudad Letrada tijuanense no está controlada por escritores ni intelectuales, sino por redes de libreros y pseudo-mafias culturales que quieren decidir qué se lee, qué se consume, qué se presenta y qué se excluye.
El Fondo y el Carrito Loco
Hace unas semanas viajé a Ciudad de México para el segundo encuentro de becarios de Jóvenes Creadores. Ex FONCA, una beca para artistas emergentes. Yo soy becaria en cuento. Éramos más de 200 jóvenes de distintas disciplinas (Literatura, Artes Visuales, Música, Danza, etc.) reunidos en un mismo espacio, y algunos —los que veníamos fuera de CDMX — en mismo hotel. Fueron dos días intensos, entre sesiones con tutores, actividades, charlas y party. En los pocos ratos libres que tuve, me escapé a librerías. No fuí la única. Un grupo de seis personas, de diferentes estados de la república, nos organizamos. Compartimos dos Ubers. Llegamos a la librería del Fondo de Cultura Económica Rosario Castellanos a las ocho y media de la noche. Cerraba a las diez. En cuanto cruzamos la puerta de entrada nos separamos. Cada quién se fue a una sección diferente. Parecíamos todos desesperados. Empecé a recorrer los estantes, a tomar libros, medio leía contraportadas. Me sentía eufórica. Tenía muy poco tiempo y quería llevármelo todo.
Encontré novedades y clásicos de Historia que me habían mencionado en el posgrado pero que nunca había visto en librerías fronterizas. En un momento, cuando me di cuenta que no podría recorrer como quería toda la librería, pedí ayuda a un empleado para localizar una serie de títulos. Saqué la lista de mi celular. Me desesperó la lentitud con la que buscaba en la base de datos.
Si alguien nos hubiera visto —revisando libros a hipervelocidad, de sección en sección, anotando, consultando, leyendo contraportadas de pie —pensarían que estamos locos. Seguro íbamos dejando copias traslúcidas de nosotros mismos, como en las caricaturas cuando alguien se mueve muy rápido.
Después de unas cuantas consultas y una breve plática, el joven empleado del Fondo me preguntó:
— ¿En Tijuana no hay libros?
Reí. Seguí recorriendo la lista que tenía en mi celular. Ese día me sentí como en el Carrito Loco. En Tijuana, tenemos un supermercado local llamado Calimax que tiene un sorteo emblemático: “¿Estás listo para ganar? ¡Compra! (obtendrás un boleto de Carrito Loco para raspar) ¡Raspa! si te salen tres Carritos Locos iguales ¡ya ganaste! ¡Corre! Tienes un minuto y medio para correr por los pasillos y llenar tu carrito!”.
Cuando alguien gana, los demás clientes echan porras, lo animan. Yo imaginaba, desde los estantes, a Derrida, Lafaye, Palaversich y Koselleck gritando ¡Tú puedes! ¡No importa que pagues sobrepeso, llévanos contigo! Todo el mundo sueña con ganarse el Carrito Loco. Yo nunca me lo he ganado. Pero estoy segura de que se siente como ese día en el Fondo.
Y aunque salí feliz, con mi bolsa llena de libros, también me di cuenta de mi propio salvajismo. En la hora que estuvimos en la librería, ninguno de los seis del grupo nos volteamos a ver, no nos dirigimos la palabra. Cada uno carritoloqueaba. De regreso al hotel, el Uber olía a sudor.
Por una Ciudad Iletrada
Como escritora joven tijuanense, estoy en desventaja. No tengo acceso a los mismos libros ni a los mismos precios que mis compañeros del centro del país. Sí, existe internet. Puedo comprar en Buscalibre, Amazon, Gandhi.com.mx. Pero muchos libros —especialmente novedades de editoriales pequeñas o independientes— no se consiguen en esas plataformas, o se consiguen a mayor precio, o con tiempos de entrega absurdos.
Debemos dejar de idealizar la Ciudad Letrada. Convertirnos salvajemente en una Ciudad Iletrada. Una ciudad donde el poder no esté en manos de libreros, funcionarios culturales corruptos o una pseudo-mafia que reparte premios e invitaciones. Yo quiero una Ciudad Iletrada donde pueda sentirme como una lectora incivilizada en el Carrito Loco.
Escribir crítica como mujer en 2025
Luego, Don Alfonso replica: ¿Qué decir del infantil razonamiento de la C.C.M en cuanto la íntima satisfacción de una feria que se llamara 'Feria de Librería locales' ?” Este comentario de Don Alfonso me parece indignante. Pero me lleva a un punto urgente: la necesidad de hablar de lo que significa que una mujer joven haga crítica. No quiero dejar pasar ni normalizar que se desacredite la voz de una mujer llamando su razonamiento “infantil”, como usted, Don Alfonso, lo hizo. Es un insulto anticuado. Actualícese: descalificar a una mujer por su edad, su tono o su incomodidad no lo hace a usted más lúcido. Solo lo deja expuesto como alguien incapaz de leer críticamente a quien no se le parece.
En otros comentarios recibí críticas por escribir en un blog, como si eso me hiciera menos sería que quienes —según dicen— han hecho bien su carrera literaria. Pero escribo en mi blog porque es una habitación propia. No tengo por qué depender de un sistema que funciona con redes corruptas. Soy una mujer de 24 años que escribe. Que hace crítica.
Luego dice: “La guinda del texto de la C.C.M. es su manifiesta emoción por el exabrupto del C. Luis Humberto Crosthwaite en el homenaje al C. Rafa Saavedra en la pasada feria en el CECUT”. Muchos suponen que la única manera en que una mujer puede hacer crítica es fascinada, asombrada, siguiendo los pasos de un hombre. No me rebaje a una groupie. No me coloque en el lugar de la Mujer Maravillada que solo repite lo que el otro masculino ya pensó. Admiré, sí, la crítica de Crosthwaite. Pero mi impulso nace de mi propia experiencia ¿Resulta tan difícil creer que una mujer puede querer pensar y escribir desde sí misma? ¿Qué no necesita validación masculina para opinar?
Más adelante, Don Alfonso acusa: “L.H.C. se tomó la licencia de menospreciar a Julio Verne en una ociosa referencia al C.R.S., como si de dos universos paralelos se tratara. La dimensión universal de Julio Verne no necesita de la aprobación de L.H.C., ni de su agravio comparativo para brillar con luz propia a través de los siglos. El provincianismo en su máximo esplendor”.
Una vez más es evidente el discurso, la retórica elitista y conservadora que Don Alfonso maneja. Señala a Crosthwaite de “ocioso”, cuando lo que hizo fue una crítica. De nuevo, no se llama a la crítica por su nombre. Se le desacredita. Y de paso, ningunea a uno de los mejores escritores tijuanenses. Don Alfonso habla de universalidad, de Ciudad Letrada… Exactamente todo lo que yo no quiero.
Otro donalfonsinismo: “El provincianismo en su máximo esplendor”, pero lo que su frase revela es su dificultad por dialogar con quienes diferimos, su anacronismo, su necesidad de descalificar, de jeraquizar. Todo eso que revela su respuesta —el tono, las acusaciones, las generalizaciones— es el mejor ejemplo de lo que está mal con la Feria y con su organización. Y entonces todo cobra sentido: Don Alfonso, alguna vez líder de la unión de libreros, es una muestra de cómo se piensa y cómo se actúa desde ese espacio cerrado. Ahí está el verdadero provincianismo.
Yo después de la crítica
Después de leer la réplica pensé: ¿cómo volveré a ir a la librería El Día? Es un lugar recurrente para mí. Me gusta. Forma parte de mi intinerario, de mi manera de recorrer esta ciudad. Por un momento pensé en no volver. Me imaginé entrando y sintiéndome observada, comentada, juzgada por quienes la atienden. Me imaginé incómoda, desplazada. Pero luego entendí algo: esa incomodidad es también parte de la crítica. Ese sentirse descolocada. La crítica es sentirse ectópica. Así que no. Iré a los mismos lugares, asistiré a eventos, entraré cada vez que quiera a la librería El Día.
Don Alfonso termina con una pregunta: “¿Será que C. Carolina Monraz tiene una insufrible relación de amor odio con la modesta pero orgullosa Feria del Libro de Tijuana?” Y creo que (sin saberlo) Don Alfonso lo sabe bien: la crítica siempre es un acto de amor-odio. Y es también un acto de fe. Tengo fe en la crítica como demolición de estructuras caducas y elitistas. Creo en la crítica que incomoda. Creo en una Ciudad Iletrada. Yo soy una crítica inquieta.
P.D.: Hace un par de días terminé este texto. Ayer fuí con mi abuelo al Calimax. Pagamos. Nos dieron cuatro tickets del Carrito Loco. De regreso a la casa le pedí a mi abuelo una moneda. Comencé a raspar. Los primeros tickets, nada; el último, ¡tres carritos locos! Tijuana Dream: Gané el Carrito Loco. Me pareció una locura: estos últimos días he pensado mucho en el Carrito Loco como analogía de mi salvajismo como lectora y escritora tijuanense. Lo sentí como una respuesta del cosmos a mi texto. Una sincronía. Hoy fui a cobrar el premio. Y no se sintió como aquel día en Ciudad de México. El Fondo fue más emocionante. Más salvaje.
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